El amor de una madre es sin duda
semejante al amor divino: tierno, sincero, verdadero.
Amor que busca por sobre toda cosa,
el bienestar y el porvenir de un hijo.
Lo digo partiendo de mi madre
y de la madre de mis hijos
(dos seres sorprendentes, dos grandes mujeres)
Pues son las dos que como madres, muy de cerca he conocido.
Madre que se desvela, que se desvive;
que se limita en sus propias cosas
pero se muestra siempre inclusive,
con su prole del todo generosa.
Abre de par en par su corazón
y aplica como nadie la comprensión.
Escucha con la paciencia de un buen psicólogo,
y cura con el tacto de un buen doctor.
Su medicina es dulce disciplina,
sus palabras casi siempre adecuadas
pues perfectas no son (recordemos eso);
pero no hay quien supere en la tierra,
quien forme parte de tan importante proceso,
como el de traer a la vida a un ser humano
y criarlo en amor y respeto.