Comienzo a un paso firme,
marcando un paso tras del otro;
aunque mantengo el ritmo al irme,
lo de firme, va menguando un poco.
Avanzo hasta alcanzar ese lindero
desconocido por mis pasos.
Voy sin detenerme,
aunque ya no tan ligero.
Procuro hallar un caminante;
uno que haya cruzado antes.
“Caminante, no hay camino,” (me dice una voz),
“se hace camino al andar.”
Prosigo sin desmayar,
aunque un poco cansado de talar.
La herramienta de corte que llevo
empieza a embotar,
y aumento al doble mi esfuerzo;
y el firme empeño en continuar.
Oigo unos pasos tras de mi,
unos muy jóvenes, otros no tanto;
entre ellos un anciano,
de esos ya curau de espanto.
“¡Me alegro de verte!”, me dice gritando.
“Tienes que detenerte”, me dice el anciano.
Toma mi herramienta y lo escucho decir:
“Pierdes el filo, y desperdicias fuerzas”.
Me refuerza con sus palabras
y me nutre con buen alimento.
Y seguimos,
también los mas jóvenes conmigo.
(“Caminante, no hay camino, se hace camino al andar” – Antonio Machado)