Llevo siempre conmigo este sentimiento
que es de ti y por ti, mi muy amada.
Que es tan profundo, y sé que es tan cierto;
porque si te pienso
o si estoy a tu lado, pierdo
de manera absoluta,
la conciencia del paso del tiempo. Sigue leyendo
Llevo siempre conmigo este sentimiento
que es de ti y por ti, mi muy amada.
Que es tan profundo, y sé que es tan cierto;
porque si te pienso
o si estoy a tu lado, pierdo
de manera absoluta,
la conciencia del paso del tiempo. Sigue leyendo
No sé si alguna vez has escuchado la historia del padre que recupera a su hijo. Algunos piensan que se trata del hijo pródigo; pero en realidad se trata del padre, quien habiendo perdido a su hijo, se goza en grande fiesta cuando lo ve regresar a casa. Es la historia de ese padre, que a pesar de todo se mostró enteramente dispuesto a usar de amor verdadero: ese que es incondicional. Porque ese muchacho sí que anduvo por caminos errantes. Y ni hablar del evidente hecho de importarle poco la muerte de su padre; porque al demandar la herencia estando su padre aún en vida, en poco mostró la dicha de tenerle presente.
Déjalo que se marche (pudo haber dicho el padre), no podemos detenerlo y obligarlo a quedarse; y que eso resulte en algún bien mayor. Déjalo que viva según le dicte su corazón. Que muy allí adentro de ese corazón, ahora dominado por la arrogancia, permanecen muchos de los principios eternos que además de por palabras, mediante la vida se le han heredado. Esa es la herencia de mayor valor (porque guarda eternas implicaciones), y ya la lleva depositada en lo profundo de su ser. Confío en que Dios, que es infinitamente sabio, en su momento, lo lleve a reflexionar y a utilizar esa tan preciosa herencia que lleva dentro.
Cuán beneficioso es para el alma arrogante
encontrarse desnudo y con hambre.
Hundirse en el cieno de profunda necesidad;
porque tal vez se detenga a pensar.
Si, tal vez se detenga y razone,
y asimile que anduvo fuera de lugar.
Que por barrancos resbaladizos
extraviaban sus pisadas.
Que por tinieblas de ceguera,
su alma, inútilmente lo guiaba.
Que su corazón, tan engañoso compañero,
si se le permite que vaya adelante
y se le anda como siervo;
te hace aferrarte a la pobreza
de vivir agarrado a lo pasajero;
a lo que muere con la muerte,
a lo que no cabe en el agujero.
Bendita la santa gotera en la cocina, que revienta el tan celestial silencio con la fuerza de velocidad que el espacio entre el caño y el aluminio le permite. Produce un sonido tan hondo y tan constante que por más que trato de olvidarlo se me interpone, cual intruso, entre el pensamiento, la escritura o la lectura; tanto así, que me vuelvo todo a ella hasta odiarla y querer arrancarla para siempre. Tal parece que la cosa es un asunto personal; porque a nadie más en la casa le incomoda, sino a mí, que con tanta celosía intento ejercer mi tan solitario y silencioso oficio; mi tan amada vocación. Pero me cuesta mucho ponerme de pie, caminar hasta la llave y girarla con no menos fuerza de la que se necesita para destapar el jarro de café; que pensándolo bien, ya me están dando ánimos de volver a respirar ese tan calmado aroma. So, de una vez, de camino a la cafetera le pongo fin a la gotera.
Irradian los cielos con nubes algodonadas,
levantan las palmas sus ramas;
anunciando orgullosas
de exiliados de antaño la entrada.
Y la patria recibe contenta
entre el atardecer de brazos que añoran
y de lágrimas que de amor filiar se derraman:
de extrañeza y no de tristeza,
de recuerdos de cercanía,
de momentos compartidos;
del calor de los seres más queridos.
Utensilio para escribir, dibujar o pintar que consiste en una barra delgada y larga generalmente de madera, con una mina cilíndrica fina de grafito u otra sustancia mineral en el interior que sobresale por uno de los extremos de esta barra cuando está afilado.
La primera cosa que me resulta justa es que se puede usar con toda soltura y osadía al escribir o dibujar, pues dispones de un borrador al otro extremo (al alcance de un simple juego de dedos). No tienes la necesidad de tachar palabra alguna (a menos que tengas por costumbre dejar visible la transformación del texto). Puedes hacer que desaparezca lo escrito sin dejar demasiada evidencia; eso si has cometido algún error (gramatical o de desvarío) o has descubierto una palabra más apropiada (con más feeling).
Cuando un lápiz todavía reserva su apariencia de fábrica o está ligeramente usado, es lo suficientemente largo y adecuado para sujetarlo utilizando la parte extrema de al menos tres dedos (preferiblemente el pulgar, el índice y el corazón) y permitir que se recueste (o que descanse) sobre el huequito entre el dedo pulgar y el índice; esto último, para un mejor pulso, estabilidad y una buena velocidad rítmica.
Por otro lado, si no lo estás usando no hay inconveniente alguno en guardarlo y que aun así permanezca al alcance; para esto puedes colocarlo detrás de la oreja. Aunque resulta un poco incómodo al principio, con el pasar del tiempo te acostumbras. Y si alguien te pregunta porqué llevas un lápiz de madera encaramado en la oreja, dile que eres escritor; pero si acaso no quieres que te acusen de ocioso, le puedes decir que eres arquitecto o diseñador de nuevos mundos; cosas como esas.
También puedes usarlo para trazar una línea debajo de las frases o versos que te parezcan interesantes mientras estás leyendo; o puedes ir dibujando estrellitas, corazoncitos, figuras geométricas, etc. mientras escuchas alguna charla aburrida o mientras esperas que “servicio al cliente” te preste el servicio que es debido al cliente.
Existe un aparatito (el cual no me sobra el tiempo para describir detalladamente) que contiene una especie de cuchilla sujetada con un tornillito a un pedazo de plástico o aluminio. Si introduces el lápiz por el orificio y lo giras dentro ejerciendo un poco de presión, la necesaria para que la madera vaya abriendo paso y despegándose por pequeños pedazitos que mantienen una linda forma circular; y mientras continúas girando el lápiz en el aparatito ese (que le han dado un nombre demasiado de lógico o puede que resulte hasta cómico: “sacapuntas”) va a ir dando una renovada forma a la punta del lápiz (como si reapareciera) y una forma de letra fina a la escritura, o a los dibujitos que estés haciendo. Después de haber imitado varios símbolos, la punta vuelve a tomar una forma gruesa; no debe preocuparte tal reacción. La ventaja es que si acaso no cuentas con un sacapuntas, puedes frotar la punta del lápiz en cualquier superficie sólida… Y mientras sigas escribiendo y de cuando en vez afilando el grafito, la vida continuará como si todo estuviera de lo más bien.
Había una única flor en aquel desolado jardín: única por su soledad y también por su belleza. Aquella flor se mantenía siempre erguida y refulgente delante de los ruidosos rayos del sol. Cada estación del año había tratado de ejercer dominio sobre ella, intentando afectar su hermosa apariencia, sin ningún resultado. La observé durante todo el año, sentado sólo en aquel peldaño. Ya ni ganas tenía de nada. Tanto tiempo y cuidado que le dediqué a ese jardín, para nada. Pero, ¿y que con aquella flor? Yo ni siquiera la había sembrado. Una flor como esa no crece sin el debido cuidado; no era una flor silvestre. Alguien tuvo que haberla sembrado…
Una mañana, que no fue diferente a las demás, esa flor, con la forma tan encantadora que tienen las flores de proferir palabras, me hizo comprender la razón de mis delirios. Eran unas pocas palabras contenidas en aquella pequeña flor: “La felicidad la encuentra el que descubre la belleza en las cosas más sencillas de la vida; aún en los momentos más terribles”. Me levanté y comencé a limpiar, a recoger los escombros y a recoger los animales muertos y ya descompuestos. Me aseguré bien de guardar en un cerco aquella hermosa flor que había despertado mi corazón, que me había hecho revivir la pasión por la vida; hallar el deleite (aún) en las pequeñas cosas.
Después de un tiempo, y de caminar por aquel jardín ya poblado con una gran variedad de flores, tomé conmigo algunas canastas llenas con aquellas flores y descendí al pueblo. El pueblo estaba todavía gobernado por la tristeza y descolorido por aquella gran desolación. La gente del pueblo al verme llegar y al percibir aquel olvidado aroma primaveral, comenzaron a salir de las casas y a seguirme. Las flores impregnaron cada rincón del pueblo con su mensaje cargado de color, de vida y de entusiasmo. Aquellos corazones fueron revividos, otros despertados por aquellas silenciosas palabras.
Regresé a casa, deseando estar otra vez en mi renovado jardín, y encontrarme con aquella hermosa flor que me había devuelto la vida; tanto a mi, como a la gente de mi pueblo. Para mi sorpresa, la flor ya no estaba; aquella flor, nunca estuvo.
Muere el hambriento,
y no es de hambre que muere;
sino por un fulano que comió de más.
Como luna y mar,
como la canción con la que sueño;
como la mañana y el café,
como la noche y el silencio;
como labios en un beso,
como amor de juventud;
como pueblo en día de fiesta,
quiero estar siempre con vos…
Como nube que atraviesa el alto monte,
como ave que se alegra entre los vientos;
como alma que aún respira y el aliento,
como sorbo de agua viva en el sediento;
quiero estar siempre con vos.
¡Oh! cuán tierno el amor primero,
puro encantamiento.
Tan dotado de ignorancia
pero tan sublime;
pura llama, ardor y pasión.
Se baja la luna si se pide;
se anda la milla extra
y un poco más sin que sea necesario.
Nadie le dice cómo se ama,
al que ama por vez primera.
Se confunden amor y deseo:
se piensa con el instinto
(un poco con el corazón
nada que ver con la razón).
Se sufre si se tiene que sufrir
sin necesidad de un porqué
que explique esa locura
y que demuestre que se debe amar
valiéndose de la cordura.
Hacer poesía, mi queridísima,
es tener la picardía de mostrarse loco
y sudar un poco;
mientras te extravías
entre recuerdos y melodías
intentando dibujar en versos,
aquello que no tiene forma ni cuerpo.