Bendita la santa gotera en la cocina, que revienta el tan celestial silencio con la fuerza de velocidad que el espacio entre el caño y el aluminio le permite. Produce un sonido tan hondo y tan constante que por más que trato de olvidarlo se me interpone, cual intruso, entre el pensamiento, la escritura o la lectura; tanto así, que me vuelvo todo a ella hasta odiarla y querer arrancarla para siempre. Tal parece que la cosa es un asunto personal; porque a nadie más en la casa le incomoda, sino a mí, que con tanta celosía intento ejercer mi tan solitario y silencioso oficio; mi tan amada vocación. Pero me cuesta mucho ponerme de pie, caminar hasta la llave y girarla con no menos fuerza de la que se necesita para destapar el jarro de café; que pensándolo bien, ya me están dando ánimos de volver a respirar ese tan calmado aroma. So, de una vez, de camino a la cafetera le pongo fin a la gotera.